La dicotomía entre lo objetivo y lo subjetivo, nos empuja a representar la realidad como un “algo”, separando de nuestra esencia, este “algo” absoluto como una verdad superior. De su existencia se desprende nuestra propia objetivación, cómoda en la que imaginamos, la dimensión del infinito y detenemos el devenir del tiempo. Agregamos al universo esta nueva dimensión inconmensurable que nos atrapa en el tiempo, espacio e imaginación, este triángulo no configura como un todo, vivimos o imaginamos. Elucubramos sobre el futuro recordamos el pasado y vivimos el presente, es el mismo imaginario en que se pretende racionalizar hasta objetivar y se vive lo subjetivo alcanzando lo mágico, en una amalgama inseparable. Se
Esta dimensión se despliegan en lo social, donde la imaginación se colectiviza, se fortalece y se expande. El intercambio su fuerza natural se producen en simpatía esencia del compartir o interactuar, la razón lo denomina comunicación y el sinrazón amor, fuerza integradora, que nos conecta pero a la vez nos separa. Esta integración se estructura sobre doctrinas que nos encierran o normalizan limitando nuestros contenidos separándonos lo nuestro del resto, dicotomía que nos vuelve objetivar, una respuesta absoluta.
Somos todo imaginación y hemos de creer en ello, el devenir de ella está sujeto a este triángulo de nuestras dimensiones tiempo, espacio e imaginación que se alimenta del fluir, vivir e imaginar, en forma abierta libre, como un río que entre los recodos se aquietan las agua pero no las detiene, la normalización o el “imprinting” cultural retardan la imaginación de un nuevo mundo donde creamos lo que imaginemos e imaginemos lo que creamos.
Esta dimensión se despliegan en lo social, donde la imaginación se colectiviza, se fortalece y se expande. El intercambio su fuerza natural se producen en simpatía esencia del compartir o interactuar, la razón lo denomina comunicación y el sinrazón amor, fuerza integradora, que nos conecta pero a la vez nos separa. Esta integración se estructura sobre doctrinas que nos encierran o normalizan limitando nuestros contenidos separándonos lo nuestro del resto, dicotomía que nos vuelve objetivar, una respuesta absoluta.
Somos todo imaginación y hemos de creer en ello, el devenir de ella está sujeto a este triángulo de nuestras dimensiones tiempo, espacio e imaginación que se alimenta del fluir, vivir e imaginar, en forma abierta libre, como un río que entre los recodos se aquietan las agua pero no las detiene, la normalización o el “imprinting” cultural retardan la imaginación de un nuevo mundo donde creamos lo que imaginemos e imaginemos lo que creamos.
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