Desde la cosmovisión de los pueblos originarios encontramos
historias colectivas llenas de fantasías y cargadas de saberes propios, esa
cultura viva como un cuerpo mutante va evolucionando, construyéndose a cada
momento, con el grito colectivo e inconsciente, que norma, que construye, que
transmite la interpretación de la realidad profunda de esa sociedad.
Este pensamiento plasmado en los mitos es magia sobrenatural
que supera lo cotidiano, dejando caer desde la altura los valores, las virtudes
trascendentales de los pueblos. La modernidad arranca de este pensamiento a los
dioses y sus poderes, degradando su autoridad despojándolos de su credibilidad,
congelándolos en libros con letras muertas, que esperan ser encontrados por
eruditos que escudriñan en el pensamiento colectivo de nuestros ancestros en
búsqueda de verdades ocultas.
Forjamos nuestros mitos en pantallas de computadores que
esculpen en los campos magnéticos de nuestros discos almacenando ecuaciones,
palabras grandilocuentes que desplazan los rayos de Júpiter o las cabezas de
medusa, por una naturaleza de nuevos dioses y semidioses que llegan para
dominar nuestras vidas, con nuevas
trilogías sacrosanta que emergen para llenar estos tiempos y tejer los nuevos mitos.

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